Mineral de uranio, espejo de una Argentina fracasada
La decadencia de Argentina, reflejada en su desconcierto y falta de avance, es una constante que se observa en diversas actividades productivas. En cada una de ellas, es posible encontrar ejemplos de lo que el país pudo haber sido y lo que, lamentablemente, se ha convertido.
Al alejarse de las zonas más productivas, como la pampa gringa, los ejemplos de fracaso surgen con claridad: inversiones forestales rechazadas de manera irresponsable, la industria pesquera del litoral atlántico ahogada por regulaciones y complicidades entre empresarios y sindicatos, la ganadería ovina extinta por el avance del guanaco, y la madre de las industrias, la minería, entre prohibiciones y estancamiento, a lo largo de 5.000 kilómetros de cordillera.
El caso del uranio es un claro ejemplo de la simulación política y la falta de visión estratégica. En 1965, el presidente Arturo Umberto Illia aprobó por decreto la instalación de un reactor nuclear de potencia, una iniciativa impulsada por la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), que incluyó un estudio de factibilidad con un plazo de 14 meses. En 1974, la primera central nuclear de potencia de América Latina se conectó al Sistema Eléctrico Nacional, y desde entonces, las centrales de Embalse Río III y Atucha II han generado 1.763 MW a plena potencia, pero el costo del mineral de uranio necesario es alto: se necesitan 250 toneladas al año, con un desembolso de USD 43 millones anuales, más los costos de transporte y seguros.
A pesar de las grandes promesas de soberanía nuclear, la realidad es que la producción local ha sido prácticamente nula. En lugar de aprovechar los recursos nacionales, el país ha dependido de la importación de uranio y ha desperdiciado oportunidades de inversión. Con el aval del gobierno, la Comisión Nacional de Energía Atómica ha creado áreas de exploración, explotación y remediación, pero los yacimientos están abandonados y los discursos populistas han prevalecido sobre la acción concreta.
Cuando se propuso una asociación estratégica con la principal empresa de uranio del mundo, la francesa Areva, para explorar, producir y vender uranio tanto a las centrales nucleares argentinas como a otros países, la respuesta inicial fue positiva. Sin embargo, la obstinación del populismo y la resistencia dentro de la CNEA, encabezada por Norma Boero, nombrada por Cristina Fernández de Kirchner, impidieron que se concretara el acuerdo. Las oportunidades de trabajo, la generación de ingresos para el país y el desarrollo tecnológico fueron descartadas por una visión corta y un enfoque anticuado.
Recientemente, un acuerdo con la empresa kazaja Kazatomprom por un envío de 37 toneladas de uranio se vio truncado, cuando la empresa intentó cancelarlo con Bonos para la Reconstrucción de una Argentina Libre (Bopreal), algo que fue rechazado, llevando a la Argentina a una situación de default. Mientras tanto, Dioxitek, la empresa encargada de producir combustible nuclear para las centrales, no tiene uranio y apenas puede abastecer hasta mayo del próximo año con sus reservas actuales.
En un informe de 2016, la Subsecretaría de Desarrollo Minero reveló que Argentina cuenta con 31.685 toneladas de uranio en recursos razonablemente asegurados, suficientes para abastecer nuestras centrales nucleares por más de 120 años. Sin embargo, la producción local y las exportaciones siguen siendo ignoradas.
El proyecto Amarillo Grande, en Río Negro, es otro ejemplo de una oportunidad que podría haberse aprovechado. El grupo argentino Eurnekian recientemente estableció un acuerdo con Blue Sky Uranium para adquirir hasta un 80% de participación en este depósito mineral, lo que podría haber impulsado la producción de uranio en el país, pero nuevamente, la falta de acción política y económica frena su desarrollo.
La pregunta sigue siendo: ¿será posible en algún momento generar un cambio cultural, dejar atrás el populismo y recuperar el sentido común en Argentina? O, ¿seguiremos mirando un espejo que solo nos devuelve la imagen de una nación insolidaria y fracasada? El futuro dependerá de la capacidad de la Argentina para retomar el rumbo, y de una vez por todas, tomar las riendas de su propio destino.