Espectáculo

Jorgelina Aruzzi: “Me arrepiento de no haber sido más libre con mi cuerpo”

En la peluquería de Díaz Vélez se abrían mundos. Porque, en definitiva, mamá no hacía más que peinar “musas” para esa chiquita silente pero tan perspicaz que sabía leer cabezas aún por debajo de los secadores. Desde entonces, “las señoras resultaron objeto de toda mi atención”, refiere Jorgelina Alicia Aruzzi entusiasmada en dar cuenta de cómo la observación definiría tal vez mucho más que su “ser actriz”. Un ejercicio en el que tejió “el humor, que tantas veces salvó nuestra vida familiar” y, más luego, cierta conciencia social que la llevó a inyectar en cada creación la pregunta: ‘¿Qué podría cambiar yo con esta historia?’

Y ese “escribir sobre lo que me moviliza”, tal cual dice, es el espíritu de su dramaturgia que componen piezas como La mujer del vestido verde, Pasado carnal, La madre impalpable (que le valió un premio ACE), Pura sangre (que además dirigió) y la aclamada Animal humano, que reestrenará el próximo 7 de abril sobre el escenario del Picadero. Bocanadas, estas, “tan necesarias”.

Porque en esos momentos en los que ‘siento que estoy estancada y soy convocada siempre para lo mismo’, explica, ‘mis creaciones me rescatan’. Aruzzi prefiere “el humor oscuro que cuenta algo” y, por supuesto, la exposición de “la contradicción humana que tanto me interesa”. En esta pieza, con dirección de Guillermo Cacace y bases en hechos reales surgidos de una noticia, plantea, por un lado, el tormento de ‘una mujer sola y permeable a las opiniones víctima de la gran desinformación que proponen las redes sociales. Esto de creer que estamos acompañados por contar con un teléfono’; y, por otro, la relación con los animales. “Esos a los que adoptamos como hijos y a los tantos que no queremos ver más que como un buen bife a la hora de encender una parrilla”, señala esta vegetariana “por convicción” desde hace poco más de seis años.

Dice haber descubierto su vocación recién a los diecisiete y en un taller de pintura. Pero, de camino a esas aulas, hay un ‘antes’ que contar. Está convencida: ‘el sentido del humor es un don que se entrena’. Y la dinámica familiar tuvo que ver con ese concepto. En aquella casa de Caballito, “había mucho de tragedia, pero no faltaba el chiste inmediato para exorcizar lo que fuera”, recuerda Aruzzi.

“Las historias más ordinarias sabían contarse con tantos detalles que hasta parecían especiales y siempre se encontraba a quien imitar con gracia e ironía, en definitiva, con inteligencia”, describe. “Sin dudas, algo de lo teatral sobrevolaba el ambiente sin que tuviésemos demasiada noción de ese mundo tan maravilloso”.

El humor, asegura, “fue gran salvador en una infancia enmarcada por la hiperinflación de Raúl Alfonsín que instaló una crisis inmensa y varias restricciones. Entonces se convirtió en un gran recurso para transitarlas”. Aún así, ‘si había algo que sobraba era amor, presencias y una vida familiar muy para nosotros’, cuenta respecto de una diaria timoneada por Blanca, peluquera de oficio, y Jorge Aruzzi, electricista, “dos laburantes que supieron pelearla económicamente”. Jorgelina creció como la segunda de tres hermanos. Y si bien, Cecilia (hoy psicóloga) y Marcelo (músico y actor), compartieron con ella la fascinación por Niní Marshall, El superagente 86 (“teniendo como personaje inspiracional a ‘la 99’”) y “todas y cada una” de las telenovelas de Canal 9 como Libertad condicionada a la cabeza, “ser ‘la del medio’, me empujó a buscar un foco, atención, un escenario. Porque, de un modo u otro, sentía la suerte de ‘la desapercibida’”, reflexiona.

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